viernes, 24 de octubre de 2008

Testimonio Seshin de Raquel

Desde que practico zen hace algo más de dos años, he participado en 4 seshines. Éste último ha estado marcado por la reflexión, aunque pueda resultar paradójico o a primera vista contrario al modo zen. A menudo experimento mi práctica a través de sensaciones físicas, emocionales o energéticas sin apenas análisis sobre lo que me está ocurriendo. Es como ser una especie de observadora pasiva de mi misma. Parte de mi desconfianza hacia las construcciones mentales y tiene que ver con la voluntad de adquirir un conocimiento casi físico, orgánico apenas tamizado por la mente. Que esa sea mi pretensión no significa que lo consiga, pero hasta ahora al final de cada seshin me quedaba sobre todo con el resultado de una sensación física, emocional, perceptual o energética. Esta vez me he dedicado a observarme desde otro lugar durante la meditación, durante el samu y las horas de descanso y dejar que la experiencia se traduzca también a una clase de discurso “causa-consecuencia”.
Por ejemplo darme cuenta de que durante la meditación me encuentro con facilidad en lugares apacibles en los que la respiración es mi guía, mi cuerpo está presente y alineado y se da una especie de renuncia, de no resistencia, a pesar de estar lúcida y en cierta manera activa. En esos momentos puedo sentir energía, normalmente ascendente desde la base sobre la que descanso y una sensación placentera. Desaparece el tiempo. Sin embargo cuando llego a este punto en el cual sería deseable permanecer, fácilmente entro en una especie de sopor y la mente (pequeña) comienza a funcionar, no con palabras, sino con imágenes potentes que me sacan completamente del aquí y ahora y me llevan a cualquier otro lado. Esto no ocurre de la misma manera cuando se dan todas las circunstancias anteriores, pero en lugar de placer lo que siento es dolor. Dolor físico en cualquier parte del cuerpo… a través de un estar en lo doloroso mi mente permanece despejada y limpia con mayor facilidad. Una vez ya aprendido el camino de no huir, de estar con él y de respirarlo, funciona a la perfección como un modo de estar presente. Si sacamos esto de lo anecdótico y lo racionalizamos, se podría extrapolar que mi forma de estar presente se da con mayor facilidad a través del dolor que del placer. El placer me produce evasión. El dolor me trae al presente. En el zen, como en la vida. A esta clase de reflexiones son a las que me refiero.
Otra reflexión: la música. Es un constante medio de distracción y también de evasión de mi misma. Es más difícil de dejar pasar que un pensamiento, puesto que tiene su propia cadencia casi ajena a mi voluntad de creación (la canción ya existe, solo hay que darle a play y suena, ya está construida, no la construyo yo). Cuando he llegado a un estado en el cual los pensamientos no se quedaban pegados sino que iban pasando por si mismos, con una espontaneidad inusitada, mi cabeza comienza a generar canciones conocidas como una gramola y a repetirlas incesantemente. Esto, siempre que no lleve a un recuerdo o a una situación del pasado o pasaje emocional que se quede estancado, no es más que una monotonía a la que no prestar atención… sin embargo no deja de ser curioso, qué capacidad la de la mente para llamar la atención sobre si misma, de decir, eeeeh! estoy aquí! Hazme caso!!
Otra de las cosas que me ha aportado este seshin es una nueva percepción de mi con respecto a la shanga. al principio era mucho más sencillo, puesto que no conocía a casi nadie y no había interés en relacionarme socialmente. Con el paso del tiempo acabas conociendo a la gente de una forma especial, se genera una complicidad una confianza… y de tanto vernos comienzas también a saber quienes son, qué hacen… respetar el silencio, llegados a este punto, se hace más complicado que al principio y lo que observo es que a menudo quiero decir “esta soy yo, yo soy asi” y dejar que los demás me conozcan, o más bien mostrarme como quiero que me conozcan, porque en el fondo, si todavía no acabo de conocerme a mi misma es muy difícil que eso que se quiere enseñar sea realmente genuino o auténtico. Tengo un montón de máscaras o de mecanismos que “funcionan” para mostrar “quién soy” o quien quiero ser para el otro más bien. Durante el seshin ninguno de esos mecanismos tiene espacio y entonces sale la verdad (más o menos…). Queda tan evidente lo que yo espero de los demás hacia mi: ser aceptada, querida, valorada… como lo que yo proyecto hacia los otros… en muchas ocasiones mis proyecciones hacia los otros no son maravillosamente amorosas y puras. Me he descubierto queriendome cargar a uno y al otro por “hacer las cosas mal”… como si las cosas solo se pudieran hacer de una manera, la mía, o como si el otro estuviese en el mundo para gustarme. Es curioso, por lo general no me doy tanta cuenta de estas cosas y sencillamente reacciono. Muy sutilmente en la mayoría de los casos, pero una reacción negativa hacia alguien, aunque solo sea sentida, de alguna manera acaba llegando.
En un momento durante la meditación, Anik menciona los sonidos. Dijo algo asi como que si pasásemos más días en aquel lugar entre montañas los percibiríamos de forma diferente: los pájaros, el viento, la lluvia, los pasos… no es que a raiz de sus palabras simplemente “recordara” es que me vino la impresión total de cómo eran todos aquellos ruidos durante mi infancia. No solo los ruidos, también otras sensaciones, pero especialmente los ruidos que estaban cargados de belleza fueran cuales fueran (también la cisterna del water, el ruido de la puerta, el tráfico en la calle) todos aquellos ruidos eran como nuevos, no estaban gastados. Repetidas veces durante el seshin he vivido los ruidos a través de una especie de dejavú, como si fueran nuevos otra vez. No he alcanzado a disfrutarlos con plenitud, pero si he llegado a comprender exactamente a qué se refiere… recuperar esa frescura es una parte muy bonita del zen.
Mi forma de practicar también ha cambiado mucho…. Tiene que ver quizás con la voluntad. Antes me sentaba y me imponía una autodisciplina que siempre escondía un fin. Permanecer en un estado el mayor tiempo posible, quizás. Tener percepciones diferentes sobre la realidad y mi cuerpo… esto me producía o bien alegría cuando era asi, o bien enfado y frustración cuando no lo conseguía. Ahora simplemente me siento y que venga lo que venga. Hay una voluntad de dejar pasar, de ser consciente de la postura y corregirla con micro-movimientos cuando deja de estar tónica, de centrarme en la respiración. nada más. Cuando me salgo de esto, trato sencillamente de volver. A veces me entra como gracia o curiosidad estar de nuevo enredada en un pensamiento, ver lo fácil que es caer en eso... Siempre es diferente.
Supongo que llegado un punto, ya no importará tanto “lo que me pasa a mi”. De hecho cada vez importa menos…
Por último la naturaleza; con sus animalitos, sus cambios, sus plantas… el silencio, el fuego, disfrutar de la comida deliciosa, saborearla, participar en algo colectivo; darse cuenta de que lo que yo haga o proyecte va a tener una consecuencia en el grupo… sentir gratitud y respeto.
Al final de cada seshin siempre me queda una extraña sensación de absurdo. No podría explicarla; ahí si que no entra el dominio de lo intelectual, de lo mental, es una sensación como de sonrisa y levedad, como de que nada importa y todo es brutalmente importante simultáneamente y por lo tanto extremadamente paradójico y finalmente divertido. Por desgracia al llegar a la ciudad esta sensación va desapareciendo y las cosas vuelven a parecer grandes o pequeñas, bonitas o feas… pero algo queda, una especie de ligereza en el mejor de los casos.

A todos Gasho y gracias por generar este espacio.
raquel

2 comentarios:

Anónimo dijo...

qué hermoso! yo te he sentido más raquel que nunca! gracias
brisa

Anónimo dijo...

Me llega tu testimonio...Pones palabras a sensaciones que no sabía explicar. coincido en varias coosas, sobretodo en la sensacion de formar parte, de participar en algo colectivo... dejar de ser uno con los demas para formar parte de un todo...

Gracias a ti